La fuerza arrolladora del ritmo apasionante de la salsa que descubrió hondo en el corazón de los caleños nativos y adoptivos, debe ser un motivo de profundo orgullo que nos una y nos fortalezca porque debemos asumir responsabilidad la orgullosa obligación de cuidarlo y protegerlo.
Es evidente que la salsa encontró en el bailarín nuestro, esa naturaleza rítmica y con sabor, se dice que cuyos orígenes son consecuencia de mezcla de razas en el tiempo de la coloniozacion, tendencias y costumbres, que otorgaron un perfil bien especial a las nuevas generaciones.
Este privilegio que nos pone a las puertas de la industria del espectáculo como una opción bien calificada hacia el desarrollo armónico de un proceso cultural sin antecedentes, tiene necesariamente que incidir en mejores condiciones de vida para sus cultores y promotores.
Ahora, cuando en otros países se reconoce espontáneamente el esfuerzo realizado y nos promueven como ciudad apta para aceptar al turismo receptivo, no podemos caer en el egoísmo de respaldar aristas que promueven una grave discriminación con una no muy bien disimulada maldad intención de atribuir concepciones que de ninguna manera corresponden a la realidad.
La salsa llegó a Cali para quedarse en el corazón de todos hasta convertirse en un elemento identificativo de la naturaleza de nuestra gente, acogedora y cordial; alegre y bailadora; bulliciosa y festiva pero también trabajadora, honesta y capaz.
Que nadie se duela por el crecimiento de la salsa. Que nadie se mortifique porque se han realizado esfuerzos gigantescos para poner en escena un salsódromo que exhibe los progresos inocultables de la salsa como espectáculo de multitudes, constituido ahora en una verdadera postal de la Cali salsera.
La Salsa es un patrimonio de Cali para conservarlo y protegerlo, y no retrocederemos en el empeño de dejar atrás nuestro patrimonio cultural.
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